Hace algún tiempo tuve la oportunidad de discutir intelectualmente de forma muy breve, respetuosa e informal con una conocida novelista sobre: ¿Quién tiene derecho a ser llamado(a) escritor(a)?
Cada quien argumentó desde lo que es y lo que hace. Ella desde la dramaturgia creativa de sus personajes y relatos. Yo desde la “psicología” que me permite dar consultoría sobre cómo lograr un mejor desempeño profesional y sobre la transformación necesaria para lograrlo de forma más plena.
En la discusión coincidimos en que el mundo está lleno de demasiados textos superficiales que no mueven al lector. Palabreríos llenos de conceptos o temas cliché, frases mal mezcladas e información grandilocuente pero vacía, así como: escenas pobremente hiladas, argumentos deficientes y personajes que no transmiten su esencia.
¿En qué chocamos? En que su visión inamovible e indiscutible, reserva la “denominación de escritor(a) sólo para los que escriben novelas, teatro y afines».
Ella no dejó espacio para el debate o la argumentación de ese punto y ahí fue donde ardió Troya dentro de mí (aunque mantuve la compostura, jeje). 😀
Mi cuestionamiento básico era: ¿Qué pasa con esos pensadores excelsos, que aunque no han escrito dramaturgia (con o sin tablas), sus escritos penetran la piel, vulneran la consciencia, estimulan la imaginación o violan más de una coraza emocional? ¿Dónde los colocamos?
Mi espíritu crítico no puede admitir que lo que otorgue el título de escritor sea un género y no la calidad de lo que se escribe. Menos habiendo personas cuya dosis de realidad en lo que narran, explican o analizan, sobrepasa con creces a la ficción y son capaces de llevar nuestra mente y nuestro espíritu, a fronteras inimaginables de reflexión, lucidez, entusiasmo, controversia interna o incluso fe.
De hecho, estoy seguro que hay un punto medio en la definición ortodoxa de opinadores como ella, donde: «escritor es sólo aquel que crea obras literarias» y la escueta definición de la Real Academia Española, que se limita a mencionarlo como: «todo aquel que escribe». ¡Un momento! ni tan calvo, ni con dos pelucas. 😀
Puede que sea sólo una tontería semántica, pero para mí, en ese punto medio tiene valor tanto el que inventa una sólida historia con argumento y la publica con los “filtros profesionales” de buenos editores, como el que crea, mezcla, contrasta, profundiza con originalidad en otros temas y logra mover al lector a ponerse otros lentes para decirse en silencio: “¡me siento identificado(a)! ¡es verdad!”.
No existe un solo estilo de escritura, ni menos un solo objetivo para escribir. Imagínate que en medicina, habiendo: Cardiólogos, Ginecólogos, Urólogos, etc. dijéramos que sólo los de una rama merecen ser llamados médicos.
Entonces, ¿por qué reservar el título sólo para quien crea obras literarias? ¿Por qué “la semántica de otro” es la que determina rígidamente quién es qué?
Por supuesto, que no basta ser bloguero para ser llamado escritor. Es más, ni siquiera haber publicado un libro, ya que sabemos que sobran ejemplos de forma y fondo que dejan mucho que desear.
Creo que la habilidad para profundizar racional y emocionalmente en un tema, la calidad comunicacional para mostrarlo y la sensibilidad para vulnerar y atrapar al lector, es lo que define si alguien es o no es escritor.
Esa habilidad, calidad y sensibilidad, se refleja en cómo los escritos secuestran la atención de alguien, rompen esquemas de forma inteligente, reflejan experticia en el manejo de la lengua (incluso con jerga simple), sorprenden con la profundidad de los argumentos y hacen abordajes que mueven el sentimiento, la reflexión, la imaginación y la acción.
¡La escritura es demasiado vasta! Puede que el mejor novelista, sea un pésimo editor de un periódico y tal vez el editor se quede corto escribiendo textos para campañas de mercadeo o poesía, entre muchos ejemplos.
Cada quien tiene su experticia y allí el mérito es del «talento», no del género. Por eso podrían considerarse también los buenos reporteros, los investigadores que hacen accesible el conocimiento científico y hasta algunos brillantes poetas. Eso si, abriremos otra polémica, si discutimos el premio Nobel de literatura que le dieron a Bob Dylan. Creo que ahí me falta amplitud. 😛
Puede que la discusión con la novelista haya sido un “debate sin sentido”. No me quita el sueño el tema, así que tal vez da igual quedarse con el título de autor, pensador, crítico o lo que sea, con tal y se haga con habilidad, calidad, sensibilidad y pasión.
Sin embargo, El derecho a cuestionar, preguntar y ser asertivo al decir: «no lo acepto sin argumentarlo», es un derecho que no sólo sirve para escribir, sirve para “VIVIR”
En fin, hoy 29 de Noviembre, me voy a permitir una copa de vino para celebrar el día del escritor. No tanto por mí, finalmente: ¡La definición no es lo que me da permiso para publicar otro libro o artículo!
Es para celebrar que existe gente brillante, que me ha inspirado a escribir y sentir un éxtasis intelectual y emocional cada vez que lo hago.
¡Tú también defines lo que puedes hacer, en lo que para ti es importante! Demuéstralo con habilidad, calidad, sensibilidad y pasión.
Nos vemos en cada sueño por construir.
Gabriel Ruda Pino – Conferencista internacional
www.gabrielruda.com / Redes: @GabrielRudaPino
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